viernes, 13 de septiembre de 2019

Niños que trabajan


Niños que trabajan
(Introducción al problema)
Por: Carlos Castillo Ríos
Hace poco llegó  a Lima Stefan Kaspar, director de cine suizo, con el proyecto de hacer una película sobre los niños del Perú. Para conocer el ambiente y elaborar el guion de su película estableció relación con algunos muchachos. Este informe es sobre dos de ellos:
“Cerca del Mercado Mayorista, el mercado más grande de Lima, conocí a Edgar. Tiene 10 años y vive desde hace un año y medio en Lima, solo, sin domicilio fijo. Nació y creció en un pueblito de los Andes. Cuando sus padres se separaron lo mandaron donde sus abuelos, pero éstos apenas tenían comidas para ellos mismos. Cierta vez una señora de la ciudad le preguntó si quería ir con ella y que “lo cuidaría como una madre, le daría comida, trabajo y dinero”. Edgar, que no quería ser una carga para sus abuelos, partió sin despedirse. No quería ser una carga; quería ganarse la vida. Así llegó a Lima, donde nadie entendía su idioma, el quechua. Y la señora lo explotó. Vendedora de comida en un puesto ambulante, le hacía cocinar y limpiar todos los días, sin pagarle. Edgar no soportó la situación, le robó dinero y desapareció. Desde entonces ha dormido en autos abandonados, en entradas de edificios, en rincones o simplemente sobre la arena de una barriada. Para sobrevivir, hace de todo: pedir limosna, cantar en los ómnibus, robar, y hacer trabajaos eventuales”.
El otro caso:
“Luis Enrique lustra zapatos desde temprano hasta tarde porque no solamente tiene que mantenerse con su trabajo sino debe también mantener a su madre y a sus hermanos. Del padre no se puede esperar ayuda, ya que después que la familia llegó de la sierra a la ciudad, él desapareció.
Cada mañana va Luis Enrique de su barriada a la ciudad. Cuando encuentra un cliente gana 150 soles por lustrarle los zapatos. Durante un día pudo lustrar un promedio de 15 pares de zapatos, lo que le da una ganancia de 2,250 soles. Con esta cantidad debe viir toda la familia. La comida consiste, generalmente, de arroz o una sopa aguada. A Luis Enrique le faltan, a veces, fuerzas para trabajar. De repente todo se le pone negro”.
            El testimonio de un  visitante es importante porque a veces, por costumbre, por vivir inmersos en este escenario, no se aprecia, en todo su dramatismo, lo que está pasando en nuestro propio mundo. Edgar y Luis Enrique, sin embargo son dos muchachos comunes y corrientes del Perú. Como ellos, hay miles. No son niños excepcionales ni son las suyas situaciones que podrían ser consideradas las más dolorosas del conjunto global de la minoridad. Son hijos de la crisis, niños del montón, seres humanos que, sin embargo, no preocupan a nadie.
Trabajo formal e informal
            En las actividades laborales, como en las educativas, también se puede hablar de trabajo formal y de trabajo informal, que suele ser ocasional, irregular y, en ciertos casos, ilícito. Trabajadores precoces del sector formal serían, en este caso, los hombres y mujeres menores de 18 años que se ganan la vida en fábricas, establecimientos comerciales y viviendas, realizando, generalmente, trabajos de limpieza, mandados u otras actividades que tienen alguna vinculación con la vida doméstica. De otra manera, estos niños tienen alimentación asegurada, un lugar para dormir y un pequeño sueldo o propina para sus gastos elementales. Muchos de ellos van a la escuela y, contando con este complemento, se podría decir que llevan una vida regular que, en un país tan pobre como el nuestro, puede alcanzar niveles de normalidad.
            Ellos, niños de ambos sexos de 6 a 14 años, están abandonados a su suerte, vagando, frecuentando mercados, prostíbulos, cines y otros lugares públicos, entre maleantes, prostitutas y drogadictos. Niños sin control, vigilancia ni cuidado, expuestos a las acechanzas de desviados sexuales, pájaros fruteros abandonados a su suerte, son protagonistas de un drama comparable a un terremoto y constituyen un conglomerado que está, permanentemente, en situación de extrema pobreza, peligro de enfermedad, desviación personal y muerte. Si por ahora sólo son muchachos de la calle, más tarde serán los delincuentes más avezados que jamás el país conoció. En el frío, con experiencias callejeras de todo jaez, se endurece la conciencia y se desarrolla la agresividad, la indolencia y la crueldad. Todo el dolor acumulado de la infancia se convierte ya no en rebeldía sino en resentimiento social, deseo de revancha y falta de piedad.
            La sociedad elabora, fabrica a sus propios delincuentes. Así pasó en Bogotá. Los “gamines”, que entre nosotros vendrían a ser los “pájaros fruteros”, fueron años más tarde, los más peligrosos atracadores que jamás tuvo América Latina. Menos tecnificados que los “gangsters” de Estados Unidos, pero más duros, fríos y crueles.
            Sobre estos muchachos de ambos sexos, abandonados ahora por el Estado, el sistema educativo y la familia, deberíamos ocuparnos con frecuencia. Son víctimas de la falta de política social en el país.
Sus características.
            Teniendo cada muchacho o niña que se incorpora al trabajo informal sus rasgos de personalidad propios, se puede advertir, sin embargo, algunas características generales de necesaria descripción con el fin de identificarlos mejor:
a)    Pertenecen a la cultura de la miseria, en términos que usan los científicos sociales. Nosotros los conocemos también con el apelativo de “pájaros fruteros”, tal vez porque deambulan por la ciudad en busca de cualquier medio –lícito o ilícito- de subsistencia.
b)    Provienen de familias desempleadas o subempleadas que, por consiguiente, viven en extrema pobreza. Muchos de ellos salen a trabajar o robar precisamente para ayudar económicamente a sus padres y hermanitos menores.
c)    Menudos para su edad y generalmente malnutridos, han crecido en un marco familiar machista y de satisfacciones frustradas. Como no creen en promesas y desconfían de todo y de todos, tienen, en sus decisiones, un alto nivel de autonomía. La vida les enseño a ser precozmente muy independientes.
d)    Sin poder de concentración mental, generalmente analfabetos o con muy escasa escolaridad, son profundamente pragmáticos. No valen para ellos los ofrecimientos sino las realizaciones inmediatas. A toda situación le quieren sacar provecho ahora y no mañana. Es que en su proceso de socialización han desarrollado una clara visión de la oportunidad. Les preocupa lo de hoy; lo de mañana ya se verá.
e)    En un momento inicial no valen, para ellos, prédicas ni consejos. Han quemado etapas de evolución propias de la infancia. Desde ese punto de vista son un poco adultos. Han debilitado también su poder de abstracción aunque desarrollado, extraordinaria y precozmente, su sentido práctico.
f)     Tienen una enorme capacidad de simulación y adaptación al medio y las circunstancias. Simulan tanto que, frente a aparentes éxitos iniciales, no vale cantar victoria. La terapia definitiva (readaptación social por aprendizaje de un oficio o algo parecido) es difícil, compleja y, en algunos casos, imposible.
g)    La libertad, para ellos (que quiere decir vida libre con trabajo esporádico, sin ninguna disciplina y con el menor esfuerzo posible), es muy preciada. Entre la calle y el taller, prefieren la calle, que les ofrece enormes riesgos, pero también atractivos que no están dispuestos a renunciar fácilmente.
Trabajadores y mendigos.
            Solo en América Latina 40 millones de niños de ambos sexos en situación irregular. ¿Cuántos en el Perú? No lo sabemos. No existe, entre nosotros, estudio, ensayo o investigación social sobre los niños que trabajando o robando en las calles se están preparando para ser los delincuentes del futuro. Muchos ejercen la mendicidad pura y otros la encubren tras actividades eventuales tales como venta de cigarrillos, flores, cuidado de carros o limpieza de vidrios. Ellos merodean, en Lima, por los alrededores de la Plaza Unión, la Parada, el Mercado Central y el Parque Universitario. Aunque, en realidad, están por todas partes.
            Desconocidos antes, se presentan ahora allá donde se concentran personas y vehículos. Son, al mismo tiempo, trabajadores y mendigos. Trabajadores porque realzan, a veces, un pequeño servicio para recibir una propina. Mendigos porque de manera directa o encubierta viven de la caridad ajena. Lo más grave del problema es que, siendo trabajo o mendicidad, su tarea es expresión de otros males aún más horribles y cuyas consecuencias, repetimos, se proyectan al futuro. Se emparentan con la drogadicción y el robo para terminar, después, en el crimen organizado. Nadie puede esperar adultez normal y trabajo honesto por parte de quienes, ahora, están siendo tan vilmente humillados, por una vida de trabajo eventual y mendicante en la mera calle.
¿Qué hacer?
            El problema es tan grave que puede ser considerado como el más angustioso y lacerante de los países de América Latina. Compromete el futuro. Es producto de la crisis económica que genera el capitalismo, con el agravante que es irreversible. Es un problema educativo, pero también es un problema social y económico que no conmueve a gobernantes, parlamentarios ni profesionales. Todos cerramos los ojos frente a estos niños que mañana serán los delincuentes frustrados y crueles que asolarán calles y hogares.
            Los estamos sembrando hoy y sus amargos frutos los cosecharán nuestros hijos y sus descendientes. Lo que debamos hacer para atacar con grave problema debe ser tarea de la sociedad en su conjunto. (Castillo, 1983, pp. 11-13)
Fuente.
Castillo, C, (1983). Niños que trabajan. Autoeducación, 3 (6). Pp. 11-13.
[Fotografía del Diario Opinión]. (Lima. 1992). Archivo fotográfico de la Revista La Chispa. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú. Lima, Perú.

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